La prueba de isquemia más empleada es la prueba de esfuerzo o ergometría (Figura 34): consiste en hacer caminar al paciente por una cinta de ejercicio similar a la de los gimnasios mientras se registra de forma contínua el ECG. La velocidad y la pendiente de la cinta aumentan de forma progresiva y se valora si el paciente presenta angina, cuánto tiempo de esfuerzo es capaz de realizar y si aparecen alteraciones ECG sugestivas de isquemia.

En algunos pacientes en los que se necesita una valoración más precisa, se puede hacer, además, un ecocardiograma con el esfuerzo para buscar si aparecen alteraciones de la contracción segmentaria. A esta prueba se denomina ecocardiograma de ejercicio. Al buscar una alteración que aparece antes en la cascada isquémica, la prueba es más sensible y el eco permite localizar mejor la zona que sufre la isquemia, ya que deja de engrosar con el latido cardiaco.
En pacientes que no pueden caminar se utilizan pruebas de estrés farmacológicas, en las que se emplean fármacos para aumentar la contractilidad y la frecuencia cardiaca del corazón, que se controla con el ECG y el ecocardiograma. Las pruebas más usadas son el ecocardiograma con dobutamina y el ecocardiograma con dipiridamol.
Por último, se pueden hacer estudios de perfusión con medicina nuclear y con cardio RMN, en donde se valora la perfusión en condiciones basales y la que se produce con el estrés farmacológico.